La Tragedia
Durante el pequeño escampe de una noche lluviosa en otoño decidimos, cuatro amigos y yo, salir al patio de mi casa a tomar aire (ya
que estábamos bajo efectos del cannabis y empezaba a pegar el bajón).
El cielo estaba íntegramente naranja, quizá por efecto de la contaminación
lumínica sobre las nubes, nos sentamos en un sillón de cemento rudimentario y compacto que tenía debajo de un árbol cerca del muro trasero. De repente cruzó una bandada de tordos negros
volando relativamente bajo, y Hugo, uno de mis amigos tuvo la gran idea de
imitar su canto, las aves repentinamente giraron en “U” en dirección a nosotros, quedamos perplejos, incrédulos con lo que sucedía. Hugo jugaba a ser director de orquesta, de repente chiflaba y manipulaba a los pájaros con las manos a su merced, los movía en distintas direcciones: de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, los hacía girar en círculos como si estuviera trazando líneas sobre un papel, las aves parecían hacer todo lo que él ordenaba.
Hasta que repentinamente todas se detuvieron, quedando suspendidas en el aire, sin aletear, desafiando todas las
leyes de la naturaleza, giraron en nuestra dirección, se les
encendieron los ojos de un color rojo que todavía me eriza la piel de solo
recordarlo. En ese momento tronó y comenzó a llover de nuevo, corrimos hasta mi casa cerrando con trabas puertas y ventanas, quedamos largo rato en silencio.
Pasados unos días nos reunimos pero nadie hizo hincapié sobre lo ocurrido, y ninguno de nosotros quiso alguna otra vez jugar a ser
Dios.
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