Los Enemigos
Habían pasado cuatro días desde que empecé a
escucharlos, con voz clara y tenue, hablaban sobre mí, sobre mi aspecto, sobre
mis ideas, sobre mis hábitos y sobre mi vasta inteligencia, todos ellos estaban
contra mí, yo sospechaba que querían hacerme daño: los de mi entorno familiar,
mi dentista, mi médico, también personas desconocidas e incluso el Servicio de
Inteligencia del Estado (espiaban mis conversaciones y mis búsquedas de
internet); cerré todas mis redes sociales, destruí mi teléfono celular y mi
notebook; consideré sensato escapar a un lugar inhóspito. Tenía la certeza de
que incluso mis amigos estaban involucrados, podían leer mis pensamientos e
informaban al gobierno sobre ellos, lo que ofuscaba mis planes.
El 16 de junio decidí cargar un arma blanca en
el bolsillo de mi campera, por si acaso alguien atentaba sobre mí (ustedes
pueden juzgarme demente, pensar que estas voces y estas personas eran obra de
mi imaginación por consumir cannabis diariamente, pero mi cognición era la más lúcida entre los mortales y la
agudeza de mis sentidos me permitía discernir las conversaciones a muchos
metros de distancia, y consciente de sus designios, no podía permitir que me
encuentren y me encierren, al menos no sin contender por mi libertad), salí de
mi casa, tomé la ruta 16 con dirección al norte y mi intuición decía que debía
realizar exactamente veintiséis mil ochocientos pasos para adquirir resistencia
orgánica, por una parte, y por otro lado encontrar el lugar donde residir a
salvo de los enemigos. Caminé exactamente quinientos trece pasos, hasta que un
automóvil se detuvo frente a mí, eran mis padres, decididos a llevarme al
hospital psiquiátrico, palpé mi bolsillo y en cierto instante pensé en
atacarlos, pero me contuve, quizás por respeto, quizás por amor.
Entramos por una calle de tierra hasta dar con
un portón de chapa color azul, el hospital era una construcción añeja, con
manchas de humedad por todas partes y casi abatido, en el ambiente se sentía
una energía lúgubre; me dejaron en la sala de espera (un lugar tétrico y oscuro),
mis padres mantuvieron una larga conversación con los psicólogos y psiquiatras
en la habitación consiguiente, yo podía oírlo todo: "entreguémoslo, pero
antes debemos sedarlo, porque es peligroso". Después de un
buen rato, me invitaron a pasar: adentro yacían en sus asientos ocho personas,
seis hombres y dos mujeres, resolví mantenerme en silencio mientras realizaban
su pesquisa, y al no dar respuesta alguna a sus preguntas, decidieron proceder a
medicarme, "es por tu bien", dijeron, por supuesto no iba a
permitir semejante incongruencia, saqué del bolsillo mi trincheta decidido a
defenderme, pero soy de cuerpo delicado y frágil, me redujeron y me inyectaron
una medicación tan fuerte que en pocos minutos caí en profundo sueño (soñé con
colillas de cigarrillos suspendidas en el cielo, que desprendían un polvo
blanco similar a las esporas de los hongos y dos personas bailaban tango
debajo de ello).
Cuando desperté mis poderes (y las voces) habían
desaparecido.
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