TimeTravel
Aquella tarde del 15 de septiembre decidí armar un blunt y navegar por Google Play Store para revisar aplicaciones poco conocidas, me encontré con una llamada "TimeTravel": podías realizar viajes en el tiempo. La descargué a mi móvil y la instalé, era una simple emulación que, a través de imágenes te situaba en distintas etapas históricas ilustradas con pirámides en el caso de que te envíe a Egipto en la Edad Antigua, o distintos paisajes feudales en caso de estar en la Edad Media, la dejé en desuso porque me resultó algo fastidiosa.
Pasados unos días, la mañana del 21 de septiembre alrededor de las 10am me llega al celular una notificación extraña que decía "¿ya probaste TimeTravel dentro del depósito de tu garaje?". Esto llamó mi atención porque efectivamente, hay un depósito en mi garaje, pero, ¿Cómo lo sabían? ¿acaso me estaban vigilando? Esto me pasa por no leer la política de privacidad, pensé. Aún así, la curiosidad me consumía y me dirigí hacia el depósito por el pasillo que llevaba al garaje de mi casa, abrí la puerta marrón de madera de algarrobo e ingresé, es una habitación de cuatro metros de largo por tres de ancho, de un metro noventa de altura, ladrillos vistos y techo de chapa, está llena de objetos diversos: herramientas de jardinería, libros antiguos con manchas de humedad, una heladera y cocina viejas y algunas sillas plásticas, resolví sentarme en una de ellas y abrí la aplicación, se activó la ubicación de mi celular y comencé a sentir un mareo extraño, se me nubló la vista y percibí un temblor en el suelo y las paredes como cuando pasa por la calle un camión de carga con acoplado, me asusté un poco pero al cabo de unos segundos todo se normalizó.
Salí del depósito pero el contexto me resultaba ajeno, parecía que el sol estaba en posición diferente que cuando ingresé, mi casa estaba en su forma más rudimentaria, como en tiempos de antaño, fui hasta el patio trasero y me encontré con el jardín lleno de rosas, malvones y crotones, como cuando mi abuela lo asistía; las paredes no tenían revoque y las ventanas eran pequeñas y desgastadas, con algunos agujeros, estaba todo tal cual en mi infancia. Me acerqué a la ventana porque escuché la televisión encendida y observé furtivo por un orificio: me vi a mí mismo, con unos 7 u 8 años de edad, sentado en el piso frente al televisor mirando Dragon Ball, me alejé unos centímetros y me pregunté si estaba soñando o había entrado en profundo delirio, al mismo tiempo sentía cierta tranquilidad, porque en ese tiempo mi abuela trabajaba de empleada doméstica y yo pasaba toda la tarde solo viendo la tele (mi mamá era docente en una escuela en otra localidad por lo que nunca estaba en casa), no había peligro de que me encuentren allí. Yo había visto muchísimas películas y series y sabía que no tenía que tocar ni modificar nada, y mucho menos tener contacto conmigo mismo (eso podría generar una divergencia temporal, una dimensión paralela). Debía buscar la manera de regresar a mi época, volví al depósito e intenté abrir la aplicación pero el teléfono estaba muerto, claro, en este tiempo no existían los teléfonos móviles, por ende, no tenía señal ni internet, todo enmarañado.
Salí de mi casa y estaban mis vecinos jugando al fútbol en la canchita del baldío de enfrente, todos niños, aceleré el paso por si alguno lograba reconocerme, caminé por la calle Córdoba con dirección a la plaza San Martín, allí me senté en un banco de madera y no pude dejar de sentir cierta desesperanza que me llevó a soltar algunas lágrimas, ¿ Qué hacer ahora? ¿Cómo vuelvo a mi tiempo? En eso se me acerca un vagabundo con ropaje ajado y mirada penetrante, y comenzó a recitar lo siguiente: "el tiempo es una de las mayores incógnitas que acongojan a la humanidad, es una imagen móvil de la eternidad, el presente se desintegra constantemente en pasado y el único león se multiplica en sus espejos". Efectivamente me estoy volviendo loco, pensé. A lo que el errante respondió: "la locura es una advertencia y un castigo de la Divinidad", como si leyera mi mente. Salí a toda prisa del lugar, ya era de noche y no tenía la más mínima idea de qué hacer, volví a mi casa y entré a hurtadillas, sabía que la puerta del garaje se abría fácilmente, entré al depósito, cerré con llave y recordando las últimas palabras del vagabundo me dispuse a realizar lo que todo hombre desesperado: elevar mis plegarias. Recé hasta quedarme dormido y desperté en el suelo húmedo con la alarma de las 10am que me indicaba que tenía que levantarme a cocinar, revisé el celular y ya tenía señal y algunos chats de whatsapp, por ende, internet. Salí apresurado y todo había vuelto a la normalidad: mi casa, el patio trasero, los ventanales blancos de aluminio... Le di las gracias a Dios y prometí no volver a meterme en sus asuntos.
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