Pardes

En el Templo Pashupatinath, durante un viaje que realizaba por Nepal, se me acercó un aldeano viejo y de barba blanca tupida con un sombrero cilíndrico color bordó, y cargaba una mochila estilo militar color verde musgo de gran tamaño con objetos colgantes extraños, me dijo su nombre (supongo) y algunas otras cosas que no pude comprender ya que no hablo nepalés y tampoco encontré una guía que hable español; tiró de mi camiseta (de la selección argentina de rugby) e hizo varios gestos raros abriendo y cerrando las manos. Se quitó la mochila, volteó y la abrió, sacó de ella una especie de libro pequeño: evidentemente era un diario y estaba escrito en español, me lo dio y seguía recitando frases que yo no entendía en absoluto; Seguidamente gira de nuevo hacia su mochila y me ofrece un frasco de tapa negra cargado hasta la mitad de flores de cannabis, miré rápidamente hacia los lados para asegurarme de que nadie esté observando, mientras el sujeto hacía gestos insinuando que lo tome. Guardé el frasco en mi morral, hice una mueca de agradecimiento y me despedí rápidamente ya que no necesitaba más sorpresas.

Al llegar al albergue comencé a analizar los objetos, abrí el frasco y un aroma frutal-dulce muy fuerte invadió la habitación, lo cerré nuevamente. El diario no parecía muy viejo y estaba en buenas condiciones excepto por algunas manchas de humedad, y decía lo siguiente:

“Soy Gerardo López, oriundo de Río Cuarto, Córdoba, Argentina. Estoy en Nepal hace dos meses, vine con mis amigos Sebastián y Rodrigo a conocer las Cordilleras del Himalaya para buscar el lugar donde se cultiva la variedad landrace, genética de la que procede la Hindu Kush y se usa para rituales místicos. Después de una ardua investigación, localizamos nuestro destino a 7 kilómetros de Katmandú y esa tarde ascendimos la montaña caminando con nuestras mochilas cargadas de suministros para cuatro o cinco días, acampamos durante la noche. A la mañana siguiente llegamos a un valle ubicado entre las montañas donde pudimos divisar el preciado tesoro que buscábamos, eran unas sativa de casi dos metros de altura, el aroma era dulce y frutal. Fuimos hasta la cabaña que estaba cerca y golpeamos la puerta. Nos atendió un anciano delgado con un Palpali Topi bordó; Tenía la barba blanca y larga y estaba fumando porro, lo supimos debido al olor que emanaba de su casa. Nos recomendó a pasar y preguntó de dónde íbamos y qué buscábamos, y Seba (el único que medianamente hablaba nepalí) le comentó nuestra situación. El viejo entró a una habitación y trajo un frasco de tapa negra lleno de flores, nos explicó que se usaban desde antaño para ingresar en una especie de trance y conocer el Pardes a través de un sueño. Pasamos una hora fumando y charlando hasta que comenzamos a sentir un extraño vahído, y Birodh, el anciano, nos dijo que en poco tiempo íbamos a tener un sueño, esencialmente el mismo para todos pero que cada uno tendría una epifanía diferente de acuerdo a la puerta que podamos abrir. Intercambiamos miradas cómplices con mis amigos mientras cerrábamos lentamente los ojos. El anciano sacó de su habitación un instrumento de cuerda, subió un incienso y comenzó a cantar mientras entrábamos lentamente en hipnosis.

Aparecí en un bosque colorido, lleno de maravillosas plantas que nunca había visto, atravesado por un sendero que decidió recorrer; Mientras caminaba pude divisar helechos y palmeras, pinos, abetos, cipreses y enebros. Viajé por mucho tiempo pero nunca se hacía de noche y tampoco había una fuente concreta de luz como el sol, era como si todo el cielo tuviera luz propia (color turquesa). El bosque por fin terminó y me encontré con un edificio pequeño, era una pieza hexagonal con una puerta en cada cara, había un poste de madera del que colgaba un cartel con una inscripción: *potes solum aperire unum*, y debajo del cartel colgaba una llave negra con tres agujeros en el cifrado y una cinta azul. Caminé hasta la puerta más cercana, probé la llave pero no abría, lo mismo sucedió con las demás puertas, lo medité durante un momento y decidí trepar hasta el techo, allí estaba una especie de postigio que se abrió con la llave negra. Adentro no se veía nada pero decidió ingresar de todos modos, me arrojé desde el techo esperando tocar el piso pero solo caí, y caí, y caí… A pesar de lo extraño de la situación no desesperé, como si algo fuera a acontecer, de pronto me di cuenta que no descendía, en realidad no me movía, estaba flotando en el aire, no había nada que pudiera percibir excepto una pequeña luz tenue color turquesa que se acercaba lentamente hacia mí, era del tamaño de una luciérnaga pero todo el tiempo. encendida, atravesó mis ojos. En mi mente comencé a ver una secuencia de imágenes del principio y el fin de mi vida, muchas veces: primero fui un organismo unicelular formado en el mar de un sedimento arrastrado por el viento, perecí en las entrañas de un pez. Posteriormente nací en una cueva y morí por indigestión después de comer carne de cabra montés en mal estado. Luego nací en una vivienda de piedra con techo de paja en la Edad Media supongo, y morí desangrado al recibir una puñalada en el abdomen durante una batalla con el ejército. Luego nací en una casa de alero chorreado en el siglo XVIII y morí 24 años después debido a la fiebre amarilla. Cada vez que moría no era un espíritu, un hombre, sino todos los hombres y mujeres a la vez, primero conservaba mi figura humana rodeada de una esfera de energía con forma de huevo, luego me disipaba en pequeños fragmentos que de a poco se disolvían. convertiéndose en un campo de ondas que formaban parte de una luz pequeña y tenue color turquesa, que lentamente se iba acercando a mi rostro en medio de una oscuridad absoluta.”

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